El asesinato de Julio César

Artículo

Donald L. Wasson
por , traducido por Rosa Baranda
Publicado el 15 mayo 2015
Disponible en otros idiomas: inglés, francés, griego, portugués, turco
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Veni, vidi, vici! Ese fue el sencillo mensaje que el comandante romano Julio César envió al Senado de Roma tras su rotunda victoria en oriente contra el rey Farnaces de Ponto: un mensaje que demostraba tanto arrogancia como una gran aptitud militar. "¡Vine, vi, vencí!" también representaba su futuro como líder de la república romana. Aunque fue alabado en un principio tanto por su destreza militar como su capacidad de mando, poco a poco fue instilando miedo en las mentes de mucha gente tanto dentro como fuera del Senado. Al final acabó surgiendo un complot; los amigos se convirtieron en enemigos y el dictador se encontró con una muerte brutal.

The Death of Julius Caesar
La muerte de Julio César
Vincenzo Cammuccini (Public Domain)

Éxito militar y reformas

Cayo Julio César había regresado a Roma triunfante, aclamado como un héroe. Durante su tiempo como general romano, afirmó haber matado casi dos millones de personas en 50 batallas decisivas. Aunque los ciudadanos romanos lo adoraban, en muchos aspectos causó preocupación entre los miembros del senado, especialmente la élite, los Optimates. El hombre que dentro de poco sería aclamado dictador vitalicio (dictator perpetuo) transfirió su destreza como comandante militar a la capacidad de liderar la República. Viendo la necesidad y demostrando que realmente amaba a la gente de Roma, decretó varias reformas importantes y necesarias, reformas que harían que el pueblo lo adorara aún más. Siempre leal a su ejército, una de sus primeras empresas fue ofrecer tierras a los veteranos. Después, otorgó grano a los pobres de la ciudad y planeó su traslado a las recién adquiridas colonias en Anatolia, Grecia y el norte de África. Limitó el cargo de los gobernadores provinciales y aumentó el número de senadores. Creó un calendario nuevo (que todavía se usa hoy en día) y ofreció juegos de gladiadores y banquetes como entretenimiento. La ciudad de roma había sufrido violencia y corrupción y el desempleo era muy alto. César no solo creó trabajos mediante proyectos de obras públicas, sino que también limpió las calles, peligrosas. Incluso construyó una biblioteca pública.

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Aunque estas reformas lo hicieron popular entre los plebeyos, muchos de sus enemigos, e incluso algunos de sus amigos, sintieron pánico. Para estos hombres, su amada República ya no existía, especialmente después de que César fuera nombrado dictador vitalicio en 44 a.C., un acto totalmente inconstitucional. Creían que ya no tenían voz, dado que Roma estaba pasando rápidamente a estar bajo el control de un potencial tirano. La arrogancia y vanidad infinitas de César (por ejemplo, le daba mucha vergüenza su calva) ofendió a gran parte del Senado romano. Esta arrogancia se hizo más evidente cuando llegó victorioso a la ciudad tras derrotar al comandante romano Cneo Pompeyo en Grecia. Adornado con ropajes triunfantes y una corona de laurel, algo que muchos consideraron innecesario, César entró a caballo en la ciudad. Las guerras en oriente habían sido contra extranjeros, pero su victoria en Grecia supuso la muerte de gente que muchos consideraban sus hijos e hijas. El tribuno Poncio Áquila incluso se negó a levantarse al paso de César, lo que hizo enfadar al héroe vencedor.

Los honores de César y su arrogancia percibida

A pesar de los sentimientos de algunos, César recibió muchos honores: los títulos de liberator e imperator, su cumpleaños fue proclamado día de fiesta, el mes de su nacimiento, Quinctilis, fue renombrado en su honor (Julio), y fue nombrado tanto el padre de su país como cónsul durante diez años. En todas las procesiones había que llevar una estatua de marfil de César junto a las estatuas de los dioses romanos, y todo esto se hizo sin que César objetara. Su arrogancia se hizo cada vez más obvia a medida que iba pasando el tiempo: se sentaba vestido con los ropajes púrpuras formales de los reyes romanos de antaño en una silla de oro construida especialmente cuando iba al Senado, y a menudo se negaba a levantarse como señal de respeto por cualquier miembro que se le acercara. Además de eso, también construyó un palacio privado en la colina Quirinal. Incluso aquellos que mejor lo conocían empezaron a creer que estaba perdiendo en juicio, algo que sus amigos dijeron que se debía a que trabajaba demasiado, estaba cansado y preocupado por su epilepsia.

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CÉSAR SE ESTABA CONVIRTIENDO MÁS EN UNA FIGURA DIVINA QUE EN UN GOBERNANTE, LO QUE CONTRASTABA MUCHO CON MUCHAS DE LAS CREENCIAS ROMANAS TRADICIONALES.

Aunque los que le rodeaban aguantaban su arrogancia, había quienes creían que el héroe victorioso se estaba convirtiendo más en una figura divina que en un gobernante, lo que contrastaba con muchas de las creencias romanas tradicionales. Hay que recordar que el concepto del culto imperial quedaba todavía varios años en el futuro. Tanto entre sus amigos como sus enemigos había una creciente sensación de animosidad, que cuestionaba por qué el Senado permitía algo que les parecía blasfemia. ¿Acaso creía César realmente que se merecía tal admiración? Para muchos parecía más un rey que un gobernante, alguien que ya no tenía que dar explicaciones al pueblo romano ni al Senado.

Este elevado sentido de autoestima se hizo más evidente durante el festival anual de febrero, Lupercalia. El comandante romano y siempre leal Marco Antonio intentó colocarle una diadema, una corona de laurel, en la cabeza a César mientras el "rey", adornado con los ropajes púrpuras de siempre, se sentó en el Foro en su trono de oro, pero César la apartó, rechazando el gesto, afirmando que tan solo Júpiter era el rey de los romanos. Por desgracia, no todo el mundo consideró que este rechazo fuera sincero. Muchos incluso creyeron que todo el evento estaba preparado. Tanto si se consideraba como rey a sí mismo o no, César siempre rechazó el título si se dirigían a él por el mismo. El orador y escritor romano Cicerón, un individuo que había apoyado a Pompeyo y era conocido por su aversión a César, dijo que este fue el principio del fin de Roma.

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Bust of Julius Caesar
Busto de Julio César
Tataryn77 (CC BY-SA)

Surge un complot

Había llegado la hora de salvar la república de este pretendiente a rey, y así fue como nació el complot. Sin embargo, una conspiración no solo para echar a César sino asesinarlo era una misión peligrosa. ¿Quién se atrevería a planear matar al dictador vitalicio de la República romana, sabiendo que, si no lo lograban, serían considerados traidores? Por supuesto, estaban los antiguos enemigos de César, amigos y seguidores de Pompeyo, que buscaban obtener altos cargos y sacar provecho. Después estaban los que muchos consideraban amigos de César, gente que, a pesar de haber sido recompensados por su lealtad, no estaban de acuerdo con muchas de sus políticas, especialmente su vacilación a la hora de quitar a los Optimates, viejos y conservadores. Además de eso, tampoco aprobaban sus intentos de hacer las paces con los seguidores de Pompeyo. Por último, estaban los idealistas, aquellos que respetaban la República y sus tradiciones ancestrales. De manera individual, tenían razones variadas, pero en conjunto creían que la salvación de la república dependía de la muerte de César.

Los cabecillas

Los cuatro líderes de la conspiración eran una inusitada mezcla de amigos y enemigos. Los dos primeros hombres creían que no habían recibido una recompensa suficiente por su servicio a César: Cayo Trebonio servía como pretor y cónsul y había luchado con César; Décimo Junio Bruto Albino era gobernador de la Galia y había salido victorioso contra los galos. Los otros dos conspiradores claramente no eran amigos de César: Cayo Casio Longino, que había servido tanto con Craso como con Pompeyo como comandante naval, y que algunos creen que fue el que concibió el plan (ciertamente César no se fiaba de él), y por último, el codicioso y arrogante Marco Junio Bruto, que también había servido a las órdenes de Pompeyo y era el cuñado de Casio.

Bruto era el hijo de la amante de César, Servilia (erróneamente considerado hijo de César) y estaba casado con Porcia, la hija del orador romano Catón. Marco Porcio Catón (o Catón el Joven), un gran seguidor de Pompeyo y que criticaba públicamente a César, se había suicidado en 46 a.C. en el norte de África. Se había negado a rendirse frente a César tras la victoria del comandante en Tapso. Tras la muerte de Catón, tanto Cicerón como Bruto escribieron elegías alabando al romano caído. Para Cicerón, Catón era el epítome de la virtud romana, una afirmación que hizo enfadar a César. A pesar de todo esto, César creía en Bruto, lo perdonó, y lo apoyó en su puesto como pretor, que era un paso hacia el consulado. Por supuesto también había otros conspiradores: Publio Servilio Casca, un tribuno, que sería quien daría el primer golpe; Cayo Servilio Casca (su hermano), que supuestamente dio el último golpe en las costillas del dictador; y por último Lucio Tilio Cimbro, gobernador de Bithynia, que dio la señal de comenzar el ataque. Estos hombres opinaban que había que quitarle el poder a César a toda costa y devolvérselo al Senado romano.

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El plan

Bruto creía que el asesinato de César tenía bastante apoyo. Estos hombres se reunían en secreto, en grupos pequeños para evitar ser descubiertos. Por suerte para los conspiradores, César despidió a su guardaespaldas español en octubre del 45 a.C., al creer que nadie se atrevería a atacarlo. Los conspiradores se dieron cuenta de que el ataque tenía que ocurrir pronto y rápidamente, ya que César estaba planeando liderar a su ejército en una campaña de tres años contra los partos, y se marcharía el 18 de marzo. Pero ¿cuándo y dónde deberían atacar? ¿Debían atacar cuando César viajaba por la Vía Apia o en un lugar público? ¿Podrían atacar mientras caminaba a casa por la Vía Sacra? ¿Podrían atacar mientras disfrutaba de los juegos de gladiadores? Tras mucho debatir, la decisión final fue atacar durante una sesión del Senado en el Teatro de Pompeyo (el Senado romano regular estaba en obras) el 15 de marzo de 44 a.C., los Idus de marzo. Los atacantes habían elegido sabiamente su arma: una daga de doble filo o pugio de unos 20 centímetros en vez de una espada. Las dagas servían mejor en un cuerpo a cuerpo y se podían esconder bajo la toga.

El ataque

Si se cree en los augurios, hubo varias razones para que César no acudiera al Senado aquel día. Primero, se vio llorar a los caballos de César, que pastaban a orillas del Rubicón. Después, un pájaro entró volando en el Teatro de Pompeyo con una ramita de laurel, pero fue devorado por un ave más grande. La mujer de César, Calpurnia, tuvo un sueño de él muriéndose desangrado en sus brazos. Y, por último, una adivina llamada Spurinna lo avisó de que se cuidara del peligro de los Idus de marzo. Por desgracia, César no hacía demasiado caso de los augurios. El historiador Suetonio escribió, "estos avisos y el hecho de no encontrarse bien hicieron que dudara un momento sobre si seguir adelante con sus planes o posponer el encuentro". El día de su muerte, César estaba realmente enfermo y, tal y como dijo Suetonio, dudaba de si acudir a la reunión del Senado, pero el conspirador Décimo fue a su casa y lo instó a no defraudar a la gente que le esperaba.

Una multitud acompañó a César de camino al Senado. Justo cuando entraba en el teatro, un hombre llamado Artemidoro intentó avisarle del peligro inminente dándole un pergamino, pero César lo ignoró. El dictador entró en la sala y se sentó en su trono. Siguiendo el plan, Trebonio distrajo convenientemente a Marco Antonio, que había acompañado a César. En el teatro había 200 senadores esperando, junto con diez tribunos y varios esclavos y secretarios. Cimbra se acercó al César, que no sospechaba nada, y le entregó una petición de parte de su hermano exiliado; César, por supuesto, no se levantó para recibirlo. Cimbra lo agarró de la toga, tirando de ella. Se dice que César exclamó, "¿Por qué esta violencia?" Casca asestó la primera puñalada con su cuchillo; inmediatamente, César trató de defenderse, cubriéndose la cara con los brazos. Los demás conspiradores rodearon al asustado César y Casio lo apuñaló en la cara, Décimo en las costillas. César se desplomó, muerto, irónicamente al pie de la estatua de su viejo enemigo Pompeyo. En total, recibió 23 puñaladas. Suetonio describe el ataque:

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... en aquel momento, uno de los hermanos Casca se metió por detrás y con un movimiento rápido de su daga, lo apuñaló justo por debajo de la garganta. César agarró a Casca del brazo y lo apuñaló con un estilete; estaba apartándose cuando otra daga lo alcanzó en el pecho.

A pesar de las hermosas palabras de William Shakespeare, César no dijo "Et tu, Brute!" (¡Tú también, Bruto!) cuando Bruto apuñaló al dictador moribundo, sino "¡Tú también, hijo mío!" El resto de los senadores presentes se escaparon del teatro. Después de los hechos, Roma se sumió en un estado de confusión. Suetonio escribió que hubo algunos, aquellos a los que no les gustaba César, que querían hacerse con el cadáver del líder asesinado y arrojarlo al Tíber, confiscar sus propiedades y reverter sus leyes; sin embargo, Marco Antonio mantuvo la cabeza fría y detuvo tales planes.

Posthumous bust of Caesar
Busto póstumo de César
Carole Raddato (CC BY-SA)

Las secuelas

A pesar de que la conspiración fue un gran plan preparado minuciosamente, no hicieron mucho por planear lo que vendría después. Los conspiradores se dirigieron a la Colina Capitolina y al Templo de Júpiter. Bruto habló desde una plataforma al pie de la colina, intentando, en vano, calmar a la población. Mientras tanto, los esclavos se llevaron el cuerpo de César por las calles hasta su casa; la gente lloraba a medida que pasaba. El cortejo fúnebre el 20 de marzo fue un espectáculo muy diferente al presentado por Shakespeare, aunque Antonio sí que leyó un breve panegírico. Se había hecho una pira en el Campo de Marte cerca de la tumba familiar; sin embargo, los lugareños se llevaron pronto el cuerpo de César al Foro, donde fue incinerado en una pira mucho más simple. Las cenizas se llevaron de vuelta al Campo de Marte, a la tumba de su familia; la ciudad siguió en duelo. En su Los Doce Césares, Suetonio escribió que puede que César supiera que había un complot contra él, y que a causa de su salud deteriorada se expusiera al asalto a sabiendas. "Casi prácticamente todos los expertos creen que aceptó de buen grado su forma de morir... detestaba la idea de un final largo: quería uno repentino".

Bruto creía que la muerte de César traería consigo un regreso al viejo espíritu romano; pero por desgracia la ciudad estaba atónita y la gente se fue volviendo cada vez más hostil. El 17 de marzo el Senado quiso hacer un compromiso con los deseos de Marco Antonio: por un lado, se mantendrían las leyes de César, y por el otro los conspiradores recibirían la amnistía. Desgraciadamente, la paz fue imposible y los conspiradores huyeron de Roma, y todos acabarían muriendo. Suetonio acabó el capítulo sobre el líder asesinado diciendo, "Todos fueron condenados a muerte... y todos la recibieron de diferentes maneras: algunos en un naufragio, otros en la batalla, algunos haciendo uso de las mismas dagas con las que habían traicionado a César para quitarse sus propias vidas". Para Roma, el joven Octavio, el hijo adoptivo de César, no solo recibió sus fondos de guerra, sino también el apoyo de su ejército. Un último conflicto entre Marco Antonio (con la ayuda de Cleopatra) y Octavio le otorgaría el poder a Octavio como Augusto, el primer emperador del Imperio romano.

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Sobre el traductor

Rosa Baranda
Traductora de inglés y francés a español. Muy interesada en la historia, especialmente en la antigua Grecia y Egipto. Actualmente trabaja escribiendo subtítulos para clases en línea y traduciendo textos de historia y filosofía, entre otras cosas.

Sobre el autor

Donald L. Wasson
Donald impartió clases de Historia de la Antigüedad, de la Edad Media y de los Estados Unidos, en el Lincoln College (Normal, Illinois) y desde que comenzó a estudiar sobre Alejandro Magno, siempre ha sido y será un estudiante de historia. Le ilusióna transmitir conocimientos a sus alumnos.

Cita este trabajo

Estilo APA

Wasson, D. L. (2015, mayo 15). El asesinato de Julio César [The Assassination of Julius Caesar]. (R. Baranda, Traductor). World History Encyclopedia. Recuperado de https://www.worldhistory.org/trans/es/2-803/el-asesinato-de-julio-cesar/

Estilo Chicago

Wasson, Donald L.. "El asesinato de Julio César." Traducido por Rosa Baranda. World History Encyclopedia. Última modificación mayo 15, 2015. https://www.worldhistory.org/trans/es/2-803/el-asesinato-de-julio-cesar/.

Estilo MLA

Wasson, Donald L.. "El asesinato de Julio César." Traducido por Rosa Baranda. World History Encyclopedia. World History Encyclopedia, 15 may 2015. Web. 07 oct 2024.

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