Los Cien Días se refieren al segundo reino del emperador francés Napoleón I, quien volvió del exilio de forma inesperada para reclamar el trono francés. Abarca el retorno triunfante de Napoleón a París el 20 de marzo de 1815, su culminante derrota en la batalla de Waterloo el 18 de junio y la restauración del rey Luis XVIII el 8 de julio: un período de 110 días.
Después de su derrota inicial en la guerra de la Sexta Coalición (1813-1814), Napoleón tuvo que abdicar del trono y se retiró al exilio en la isla de Elba. Permaneció allí nueve meses, pero la inestabilidad política en Francia y la falta de acuerdo entre las grandes potencias de Europa lo persuadieron de recuperar sus pretensiones al trono. Desembarcó en el sur de Francia el 1 de marzo de 1815 y su segundo reinado comenzó tras su llegada a París 20 días después. Los aliados lo declararon proscrito inmediatamente y juraron destronarlo una vez más; Napoleón encontró su derrota en la batalla de Waterloo y abdicó el trono por segunda vez. Los Borbones fueron restaurados en el trono francés y Napoleón volvió a su exilio; en esta ocasión, a la isla de Santa Elena en el Atlántico sur, donde moriría seis años más tarde. Por lo tanto, los Cien Días representan la etapa final de las guerras napoleónicas (1803-1815).
Napoleón no tenía otra opción más que abdicar después de que tanto Francia como sus mariscales lo abandonasen.
El 11 de abril de 1814, el emperador francés Napoleón I firmó un acta de abdicación incondicional en el palacio de Fontainebleau. Fue un trago amargo ya que hace menos de dos años era el dueño de Europa continental, el soberano de un vasto imperio que se extendía desde la península ibérica hasta Polonia. No obstante, tras la catástrofe de la invasión napoleónica de Rusia en 1812, sus enemigos (entre ellos, Austria, Gran Bretaña, Prusia, Rusia y Suecia) se aliaron contra él en la guerra de la Sexta Coalición. Tras infligir una derrota aplastante a Napoleón en la batalla de Leipzig (entre el 16 y 19 de octubre de 1813), los ejércitos de la Coalición se adentraron en Francia, decididos a deponer al emperador francés. Napoleón, al principio, demostró resistencia y obtuvo victorias en suelo francés en su impresionante Campaña de los Seis Días (10-15 de febrero de 1814); sin embargo, el apabullante número de tropas aliadas, además de la apatía de un pueblo francés exhausto por la guerra, provocaron que la derrota de Napoleón sólo fuese cuestión de tiempo. París cayó en manos de la Coalición entre el 30 y 31 de marzo de 1814 y se instauró un gobierno francés provisional para negociar la paz.
Aun así, Napoleón estaba dispuesto a seguir luchando y estaba convencido de que sus soldados lo seguirían hasta el final, pero sus mariscales, decididos a prevenir una guerra civil y más matanzas, le dijeron al emperador que el ejército no daría un paso más. “¡El ejército me obedecerá!”, le espetó Napoleón al mariscal Michel Ney. Este, manteniéndose firme, le respondió que “el ejército obedecerá a sus generales” (Chandler, 1001). Napoleón no tenía otra opción más que abdicar después de que tanto Francia como sus mariscales lo abandonasen, y al final cedió a ello el 6 de abril. Unos días después, intentó suicidarse al tragarse una cápsula con veneno, pero la potencia del mismo había menguado con el paso del tiempo y el intento de suicidio acabó frustrado. El 11 de abril, Napoleón firmó el Tratado de Fontainebleau, mediante el cual accedía a abdicar del trono francés; a cambio, se le cedería la soberanía de la isla mediterránea de Elba, frente a la costa italiana, así como una renta de dos millones y medio de francos al año. También podría retener el título de “emperador” y un minúsculo contingente de 600 guardias imperiales para proteger la isla de la piratería berberisca del norte de África.
El 20 de abril, Napoleón dejó Fontainebleau tras una estampa dramática en la que se despedía de su leal Vieja Guardia en el patio del palacio. Se le llevó a Elba a bordo de la nave británica HMS Undaunted y llegó el 3 de marzo a Portoferraio, el principal puerto de la isla. En ese mismo día, Luis XVIII de Francia, hermano del rey que había muerto en la guillotina durante la Revolución Francesa, llegó a París para reclamar su trono después de dos décadas en el exilio. Unos meses después, las victoriosas potencias de la Sexta Coalición se reunieron en el Congreso de Viena para redefinir el equilibrio de poder en Europa y dibujar un nuevo mapa del mundo posnapoleónico. Para los observadores coetáneos, la gran épica napoleónica parecía haber llegado a su fin; muy pocos podían imaginarse que faltaba un último gran acto por interpretar.
El exilio en Elba
Napoleón permaneció en Elba, aislado, durante nueve meses en los que se mantuvo ocupado: el día después de su desembarco, inspeccionó las defensas de Portoferraio y sus minas de hierro; en los meses venideros, dedicó sus energías a la construcción de un hospital, la plantación de viñedos, la pavimentación de caminos y la construcción de puentes. Reorganizó las defensas de Elba, dio dinero a los habitantes más pobres de la isla y erigió una fuente que actualmente todavía funciona junto a la carretera que pasa por Poggio (Roberts, 723). Para los espectadores británicos, parecía que Napoleón se había resignado a su nueva realidad y se había conformado con su nuevo reino en la diminuta isla. En realidad, Napoleón estaba leyendo ávidamente cualquier noticia que llegase del continente, esperando la oportunidad perfecta para reclamar el trono francés. La suerte quiso que dicha oportunidad se presentara por sí sola en poco tiempo.
La decisión de Napoleón de volver a Francia se vio influenciada por dos grandes factores. El primero fue la inestabilidad política en Francia que había surgido en respuesta a la Restauración borbónica. El rey Luis XVIII no era, en absoluto, un tirano; de hecho, sancionó la Carta de 1814, una constitución liberal que retuvo los cambios sociales de la Revolución Francesa y preservó el Código Napoleónico. Sin embargo, Luis XVIII estaba acompañado por muchos nobles del Antiguo Régimen que habían huido de Francia durante la Revolución y que no mostraban tanto interés en compromisos; conocidos como “ultras” por su radicalismo, estos nobles ansiaban el retorno de las tierras y el poder que una vez ostentaron. Antagonizaban tanto a los republicanos como a los bonapartistas franceses organizando ceremonias que rendían homenaje a aquellos que lucharon contra la revolución. El nombramiento de muchos de estos “ultras” en altos cargos por parte de Luis XVIII causó entre muchos el temor a que los impuestos feudales y los diezmos se volvieran a introducir. Asimismo, Luis XVIII no se granjeó muchas amistades cuando reemplazó la tricolor francesa con la bandera blanca de los Borbones; también alienó al ejército tras despedir a miles de tropas y dejar a los oficiales con medio sueldo. Por aquel entonces, ya había muchos que rememoraban el régimen napoleónico con nostalgia.
El segundo factor que influyó en el retorno de Napoleón fueron las relaciones diplomáticas que se estaban deteriorando entre las grandes potencias de Europa. Estas potencias se habían unido bajo el deseo común de vencer a Napoleón; no obstante, ahora que esto ya se había cumplido, las antiguas rivalidades resurgieron de nuevo. En el Congreso de Viena, los delegados discutían sobre los futuros de Polonia y Alemania; Rusia deseaba crear un estado títere polaco, mientras que Prusia se creía en su derecho de reclamar casi todos los territorios pertenecientes al reino de Sajonia. Los intentos de los delegados austríacos y británicos para detener esto casi desembocaron en la guerra. A pesar de que se llegó a ciertos compromisos, las tensiones entre las grandes potencias eran más que palpables.
Estos dos acontecimientos insuflaron esperanza en Napoleón. Con Francia desilusionada con los Borbones y los Aliados lanzándose a la yugular del otro, Napoleón se arriesgó a suponer que su vuelta sería bienvenida en Francia e ignorada por las potencias europeas. El 26 de febrero de 1815, dejó Elba atrás a bordo del navío L'Inconstant con sus seguidores y con aproximadamente 1.000 soldados, y zarpó rumbo a Francia. El 1 de marzo, desembarcaron en la costa francesa meridional cerca de Cannes; mientras descargaban todo, se acercó a ellos una numerosa multitud, maravillada al ver al emperador que había regresado. En sus memorias, Napoleón recordaba este momento tal que así:
Entre ellos había un alcalde que, viendo que éramos tan pocos, me dijo: "Empezábamos a estar tranquilos y felices, y ahora volveréis a agitarnos a todos" (Roberts, 731)
El Vuelo del Águila
Desde Cannes, Napoleón hizo una proclamación en la que prometió que “el águila volará de campanario en campanario hasta llegar a las torres de Notre Dame” (Mikaberidze, 604). Así comenzó lo que se conoce popularmente como “El Vuelo del Águila”, uno de los episodios más dramáticos de la Historia. Desde Cannes, Napoleón se abrió camino cuidadosamente a través de la conservadora Provenza, evitando la ciudad de Aix al moverse a través de los Alpes, principalmente a pie. El 5 de marzo, empezó a viajar a través de regiones más que le mostraban mayores simpatías, como el Delfinado, donde lo aclamaron multitudes eufóricas. Esta ruta que tomó Napoleón se conoce hoy en día como “Route Napoléon” (o Ruta Napoleón) y se ha convertido en una atracción turística y ruta ciclista muy popular.
Cerca de la localidad de Laffrey, Napoleón se encontró su primer obstáculo cuando se dio de bruces con un batallón del 5º Regimiento, enviado para arrestarlo. Según la leyenda bonapartista, Napoleón ordenó a sus granaderos que bajasen sus armas antes de avanzar hacia los del 5º, cuyos propios mosquetes apuntaban a su pecho. “¡Soldados!”, gritó Napoleón, “soy vuestro emperador. ¿No me reconocéis? Si hay alguno de vosotros que quiera matar a su general, ¡aquí estoy!” (ibid.). Un oficial monárquico dio la orden de abrir fuego, pero no resonó ni un disparo; en vez de eso, los soldados se abalanzaron a su alrededor y lo abrazaron con gritos de “Vive l’empereur!”(Viva el emperador). Independientemente de si esta historia se embelleció o no, sí que es cierto que hubo tropas francesas que desertaban de las filas monárquicas por todas partes para unirse a Napoleón, adondequiera que fuese. El 10 de marzo, el mariscal Ney partió de París con 6000 hombres, prometiéndole a Luis XVIII que volvería con Napoleón en “una jaula de hierro”; menos de una semana después, Luis XVIII recibió la noticia de que Ney se había unido a Napoleón y había proclamado públicamente que “la causa de los Borbones está perdida”(ibid).
El progreso de Napoleón era raudo. Entró en Grenoble el 7 de marzo después de que una horda de ciudadanos enfebrecidos hubiese derribado los portones de la ciudad y se presentasen ante él con piezas de la misma. Tres días después, se encontraba en Lyon escribiendo decretos imperiales. El 20 de marzo, finalmente, llegó a París, donde fue llevado por masas exultantes al palacio de las Tullerías; Luis XVIII había abandonado la ciudad sólo unas horas antes y huyó a Bélgica. En menos de un mes, Napoleón había recuperado su imperio sin un solo disparo. Lo único que quedaba era mantenerlo.
Pocas horas después de la llegada de Napoleón, sus subordinados debieron decidir donde residían sus lealtades. Diez de sus antiguos mariscales juraron su lealtad a Napoleón, aunque solo tres de ellos (Ney, Jean-de-Dieu Soult y Emmanuel de Grouchy) lideraron a sus tropas en la Campaña de Waterloo. Louis-Nicolas Davout, posiblemente el mariscal napoleónico de mayor talento, fue relegado a trabajos de oficina en el Ministerio de Guerra, una decisión que muchos futuros simpatizantes bonapartistas lamentaron, tildándola de un desperdicio de sus habilidades. Tres de los hermanos de Napoleón (José, Lucien y Jerôme) también se unieron a él, aunque su hermano Luis y su hijastro Eugène de Beauharnais se mantuvieron al margen. Su gobierno reconstituido no carecía de ministros diestros, entre los cuales figuraban Armand de Caulaincourt como ministro de Asuntos Exteriores, Joseph Fouché como ministro de Policía y Lazare Carnot como ministro del Interior.
Napoleón comprendía que la opinión pública era voluble, que podía perder su trono tan fácilmente como lo había recuperado.
Sin embargo, Napoleón comprendía que la opinión pública era voluble, que podía perder su trono tan fácilmente como lo había recuperado. Se presentó como un hombre cambiado que ya no tenía interés en la conquista o en un mandato autocrático una vez que se percató de que su nuevo gobierno no podía ni existir ni funcionar del mismo modo que el anterior. Para demostrarlo, invitó al conocido crítico Benjamin Constant a redactar una nueva constitución que incluyese un parlamento bicameral que compartiese el poder con el emperador, basándose así en el modelo británico. También abolió la censura y el comercio de esclavos por completo. Napoleón negó reiteradamente que no tenía ninguna ambición imperial, y prometió que “a partir de ahora, la felicidad y consolidación del Imperio francés serán el único objeto de mis pensamientos” y que “será más placentero no conocer más rivalidades que la de los beneficios de la paz” (Mikaberidze, 605; Roberts, 746).
Evidentemente, muchos se mostraban escépticos hacia la supuesta reforma de Napoleón; al fin y al cabo, este era el mismo hombre que una vez señaló que “es temible lidiar con un órgano deliberativo” (Mikaberidze, 606). En efecto, sus consejeros tuvieron que disuadirle de impedir la elección de uno de sus rivales a la presidencia de la nueva Cámara de los Pares que se iba a producir el 3 de junio. Muchos en Francia seguían resistiéndose al reinado de Napoleón: los notables locales de Flandes, Artois, Normandía, Languedoc y Provenza se negaron a unirse a la causa napoleónica, mientras que en las regiones de Bretaña y la Vendée estallaron rebeliones armadas.
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Las potencias de la Coalición, entretanto, no creyeron que Napoleón hubiese depuesto sus anhelos imperiales. La mañana del 7 de marzo, nada más recibir la noticia de que Napoleón había escapado de Elba, el ministro del Exterior austríaco Klemens von Metternich informó de ello a los monarcas de las grandes potencias, todavía reunidos en Viena. En unas horas, los líderes aliados decidieron movilizar sus fuerzas. Los aliados pusieron oficialmente a un lado sus diferencias, formaron la Séptima Coalición y le declararon la guerra a Napoleón, no a Francia, el 25 de marzo; Napoleón fue declarado proscrito y las potencias juraron no bajar las armas hasta que fuese derrotado de una vez por todas.
La campaña de Waterloo
Los aliados decidieron amenazar el noroeste francés invadiendo Bélgica; esto lo llevaría a cabo un ejército prusiano compuesto por 120.000 tropas y liderado por el mariscal de campo Gebhard Leberecht von Blücher, así como otro contingente anglo-aliado de 100 000 soldados, comandado por Arthur Wellesley, el duque de Wellington. Al mismo tiempo, un ejército austríaco de 200.000 hombres tomaría posiciones en el Alto Rin, apoyado por 150.000 soldados rusos en el Medio Rin. Mientras tanto, Napoleón consiguió reunir en junio un ejército de 250.000 efectivos. La única nación que se decantó por el bando francés fue el reino de Nápoles, cuyo rey, Joaquín Murat, vio una alianza con Francia como la única manera de salvar su trono. No obstante, un ejército austríaco derrotó a Murat en la batalla de Tolentino (entre el 2 y 3 de mayo de 1815) y lo depuso posteriormente; su ejecución tuvo lugar el 13 de octubre tras su intento de instigar una insurrección en su propio reino.
Napoleón emprendió una ofensiva hacia Bélgica el 14 de junio. Su ejército del norte se dividió en dos alas: el mariscal Ney lideraba el flanco izquierdo, el mariscal Grouchy ejercía su mando en el derecho, mientras que el propio Napoleón comandaba la guardia imperial en la reserva. El avance de Napoleón sorprendió a los aliados; Wellington estaba en Bruselas el 15 de julio, en el baile de la duquesa de Richmond, y cuando se le informó del raudo avance del enemigo, exclamó: “¡Napoleón me ha tomado el pelo, por Dios!” (Roberts, 751). Efectivamente, Napoleón estaba dirigiéndose hacia el ejército de Blücher estacionado en Ligny, y esperaba derrotar a cada ejército aliado uno a uno. El 16 de junio, Napoleón atacó y venció a Blücher en la batalla de Ligny, e infligió alrededor de 17.000 bajas en las filas prusianas, mientras que él mismo perdió 11.000. En ese mismo día, Ney entabló combate con Wellington en la batalla de Quatre Bras, y aunque consiguió que Wellington no marchase a socorrer a Blücher, no pudo alcanzar una victoria decisiva contra el ejército de Wellington.
En la tarde del 17 de junio, Napoleón envió a 33.000 soldados de Grouchy a la persecución de los prusianos antes de unirse a Ney en Quatre Bras. A estas alturas, Wellington sabía de la derrota de Blücher en Ligny y se había retirado para tomar posiciones defensivas en la colina de Mont-Saint-Jean, unas cuantas millas hacia el sur de su cuartel general en Waterloo. Napoleón se lanzó a la persecución, en la que sus tropas tuvieron que marchar con dificultad a través de fuertes lluvias. Ignoró las advertencias de sus oficiales de no subestimar a Wellington; Napoleón lo calificó como un “mal general” y a los soldados británicos como “malas tropas”, y añadió jocosamente que “este asunto no es nada más grave que comerse el desayuno” (Mikaberidze, 610). El ataque de Napoleón llegó justo después de las 11 de la mañana el 18 de junio, con una serie de asaltos frontales contra la línea aliada. Aunque las tropas de Wellington mantuvieron la posición, la situación peligraba en torno a las horas avanzadas de la tarde, cuando los franceses capturaron la granja de La Haye Sainte y casi penetraron el centro del ejército aliado.
En aquel preciso instante, Blücher llegaba a Waterloo con sus 50.000 hombres mientras un cuerpo prusiano llevaba a cabo sus órdenes de inmovilizar a Grouchy en la batalla de Wavre. Napoleón envió al fragor de la contienda a su guardia imperial contra las líneas aliadas en la colina, en una última jugada para asegurarse el control de la batalla. Ni siquiera la ilustre guardia pudo abrirse paso a través de las líneas de Wellington, y en poco tiempo, el ejército francés emprendía la retirada. Las bajas francesas se contaron entre 25.000 y 31.000, incluyendo a muertos y heridos, mientras que las aliadas alcanzaban la cifra de 26.000. La derrota de Napoleón en la batalla de Waterloo sentenció al Imperio francés.
El exilio a Santa Elena
Napoleón volvió a París el 21 de junio y, al día siguiente, abdicó por segunda vez; en este caso, a favor de su propio hijo de cuatro años, Napoleón II. Dejó Paris el 25 de junio y huyó a Rochefort, donde intentó encontrar pasaje hacia los Estados Unidos; sin embargo, cuando llegó allí, pudo constatar que estaba bajo el bloqueo marítimo de la Royal Navy. El 7 de julio, las fuerzas de la Coalición entraron en París y se restauró a Luis XVIII en su trono al día siguiente. El mariscal Ney fue arrestado el 3 de marzo por el papel que jugó en el retorno de Napoleón y, por ende, fue ejecutado por un pelotón de fusilamiento en diciembre de 1815.
Entretanto, Napoleón se rindió ante el capitán Frederick Lewis Maitland del HMS Bellerophon el 15 de julio de 1815. Se rechazó su petición de asilo en Londres; el 2 de agosto, los aliados estipularon que Napoleón era un prisionero de guerra y debería estar en confinamiento en un lugar del que no pudiese escapar. A tal efecto, se lo exilió a Santa Elena, una isla solitaria en el Atlántico sur separada por 2500 km (más de 1500 millas) del litoral más cercano. Napoleón pasó el resto de su vida en dicha isla, supervisado de cerca por sus captores británicos hasta su propia muerte, el 5 de marzo de 1821.
¿Qué fueron los Cien Días en las guerras napoleónicas?
Los Cien Días se refieren al segundo reinado del emperador francés Napoleón I. Comenzó el 20 de marzo de 1815, cuando Napoleón recuperó su trono tras su primer exilio en la isla de Elba, y concluyó el 8 de julio de 1815, cuando el rey Luis XVIII fue restaurado en el trono francés: un total de 110 días. Dicho período incluye la famosa batalla de Waterloo.
¿Qué ocurrió en los Cien Días?
Durante los Cien Días (20 de marzo de 1815 – 8 de julio de 1815) Napoleón volvió a Francia de su exilio en Elba y recuperó el trono francés. Las grandes potencias lo declararon proscrito, formaron la Séptima Coalición y lo derrotaron en la batalla de Waterloo. Napoleón abdicó el 22 de junio y fue desterrado al exilio en la isla de Santa Elena, esta vez para siempre.
¿Por qué fue importante el período de los Cien Días?
Su importancia radica en ser la última etapa de las guerras napoleónicas, y en fundamentar y sentenciar la derrota de Napoleón. También conllevó a un acuerdo de paz para Francia más severo que el que se había garantizado anteriormente.
Estudiante en la Universidad de Oviedo por Lenguas Modernas, apasionado de los idiomas y la Historia e iniciándose en el mundo de la traducción. Su gato, Maviş, es su secretario personal.
Mark, H. W. (2023, octubre 03). Cien Días [Hundred Days].
(S. V. Muñoz, Traductor). World History Encyclopedia. Recuperado de https://www.worldhistory.org/trans/es/1-22275/cien-dias/
Estilo Chicago
Mark, Harrison W.. "Cien Días."
Traducido por Sergio Vigil Muñoz. World History Encyclopedia. Última modificación octubre 03, 2023.
https://www.worldhistory.org/trans/es/1-22275/cien-dias/.
Estilo MLA
Mark, Harrison W.. "Cien Días."
Traducido por Sergio Vigil Muñoz. World History Encyclopedia. World History Encyclopedia, 03 oct 2023. Web. 08 oct 2024.
Licencia y derechos de autor
Escrito por Harrison W. Mark, publicado el 03 octubre 2023. El titular de los derechos de autor publicó este contenido bajo la siguiente licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike. Por favor, ten en cuenta que el contenido vinculado con esta página puede tener términos de licencia diferentes.