Moctezuma, o más correctamente Motecuhzoma II Xocoyotzin, que significa «Enfadado como un señor», fue el último gobernante totalmente independiente del Imperio azteca antes del colapso de la civilización tras la conquista española a principios del siglo XVI. Asumió el cargo de tlatoani, que significa «orador», en 1502 y gobernó como monarca absoluto hasta 1520.
Durante su reinado, Motecuhzoma expandió el Imperio azteca y fue considerado un dios por su pueblo, literalmente una manifestación y perpetuador del sol. Vivió en un enorme palacio en la capital azteca de Tenochtitlan, que contaba con magníficos jardines colgantes e incluso un zoológico.
Un gobernante absoluto
Motecuhzoma era hijo del gran líder Axayácatl (que reinó de 1469 a 1481) y fue uno de los mejores guerreros de su tío Ahuitzotl (que reinó de 1486 a 1502). Se distinguió especialmente en las campañas aztecas de Tehuantepec y Xoconochco. A la muerte de Ahuitzotl, Motecuhzoma asumió la más alta posición en la sociedad azteca y se convirtió, en una suntuosa ceremonia de coronación, en el indiscutible líder religioso y político o tlatoani en 1502.
Tenemos la suerte de contar con una descripción física de primera mano de Motecuhzoma realizada por Bernal Díaz del Castillo, que lo vio en 1519:
Era el gran Montezuma de edad de hasta cuarenta años, de buena estatura y bien proporcionado, delgado y de pocas carnes, no muy moreno, sino propio color y matiz de indio. Traía los cabellos no muy largos, sino cuanto le cubrían las orejas, y pocas barbas, prietas, bien puestas y ralas. El rostro algo largo y alegre, los ojos de buena manera, y mostraba en su aspecto y modales tanto ternura como, cuando era necesario, gravedad. (Townsend, 19)
Como parte de las ceremonias para confirmarle en su nuevo estatus, Motecuhzoma dirigió un ejército, en lo que se conoció como la Guerra de Coronación, a Nopallan (actualmente Nopala), 640 km al sur. Al conquistar la ciudad fortificada, llevó a Tenochtitlan un importante botín y un contingente de cautivos para sacrificios rituales. El nuevo tlatoani también fue conmemorado en una piedra especialmente encargada para la ocasión (ahora conocida como la Piedra de la Coronación de Motecuhzoma II) que estaba cubierta de tallados que representaban las cinco eras de la mitología azteca, el año signo 11 Caña (1503 d.C.) y el día «1 Caimán» (4 de junio).
Motecuhzoma se propuso ampliar los poderes del cargo de tlatoani mediante la reducción de las funciones del jefe de asuntos internos (Tlacaellel o Cihuacoatl), de modo que se convirtió en el gobernante absoluto y líder indiscutible de la Triple Alianza de las tres grandes ciudades de Tenochtitlan, Tetzcoco y Tlacopan. Motecuhzoma también elevó el estatus de la nobleza diferenciándola aún más del resto de la sociedad a través de un mayor énfasis en los títulos, las ropas e insignias distintivas y la etiqueta en la corte.
Motecuhzoma comandaba un imperio que se extendía desde los límites septentrionales de México hasta la actual Guatemala. De hecho, incluso lo expandió y libró cuatro grandes guerras, de modo que solo los tarascos en el este y los tlaxcaltecas en el oeste quedaron sin conquistar. Todos estos estados sometidos pagaban tributo, tal y como se indica en los registros fiscales aztecas. El tributo podía adoptar la forma de materiales preciosos tradicionales como oro y jade, plumas exóticas e incluso animales como águilas y jaguares. También podían consistir en ropa, tejidos y alimentos como maíz y cacao.
Una vida de lujo
Motecuhzoma vivía como un rey. Su enorme palacio de Tenochtitlan, la capital azteca, tenía jardines colgantes, un aviario de diez habitaciones con estanques de agua dulce y salada, e incluso un zoológico privado con jaguares, águilas, pumas, zorros y serpientes, entre otros animales exóticos. El rey azteca era atendido por 3000 asistentes y, según Bernal Díaz, una comida real típica incluía cientos de platos especialmente elaborados que incluían pavo, venado, pato, paloma, conejo, codorniz, pescado y jabalí, todo ello servido en cerámica de Cholula finamente decorada y muy delicada. También se cuenta que el rey comía solo y detrás de un biombo dorado, entretenido por malabaristas y acróbatas.
Otros datos que conocemos sobre el desafortunado rey son que visitó varias veces la gran ciudad de Teotihuacán (una peregrinación que implicaba cruzar el lago de Texcoco en canoa), que sentía fascinación por los enanos, los jorobados y los albinos (a quienes mantenía en cámaras especiales dentro del palacio real); que calzaba sandalias de oro, que le encantaba cazar pájaros utilizando una cerbatana, y que se interesaba por las artes, la astrología y la filosofía.
El principio del fin
Incluso antes de la llegada de los españoles, no todo iba bien con los aztecas, ya que su imperio no se basaba en el poderío militar, sino que era una unión laxa de estados sometidos que eran dirigidos por gobernantes títeres que extraían los tributos antes mencionados e imponían el culto a la deidad azteca Huitzilopochtli. Sin embargo, los aztecas quizá se excedieron y varias tribus exteriores comenzaron a rebelarse, especialmente tras la desastrosa derrota sufrida en 1515 a manos de los tlaxcaltecas y los huexotzincas. Estas insurrecciones contra el dominio azteca fueron sofocadas, pero los problemas nunca desaparecieron del todo y, quizá lo más significativo, el duro trato que recibieron los tlaxcaltecas los convertiría más tarde en aliados más que dispuestos de los españoles.
Motecuhzoma parece haber intuido que se avecinaban tiempos difíciles, ya que daba gran importancia a los presagios, como el de un cometa avistado en 1509, y consultaba constantemente a los adivinos en busca de consejo. La mitología azteca predijo que la era actual del quinto sol acabaría derrumbándose, al igual que las cuatro eras anteriores. En 1515, los rumores de una crisis inminente se vieron alimentados por el avistamiento en la costa de fantásticos templos flotantes; los visitantes del Viejo Mundo por fin habían llegado.
La primera estrategia del líder azteca con los extraños visitantes del otro mundo fue intentar comprarlos con regalos. Estos incluían trajes ceremoniales, un enorme disco de oro que representaba el sol y otro de plata aún mayor que representaba la luna. Sin embargo, es muy posible que esto animara aún más a los españoles a saquear esta nueva tierra por todo lo que valía.
En agosto de 1519, el líder de los conquistadores españoles, Hernán Cortés, marchó hacia Tenochtitlan. Según las fuentes españolas, el emperador azteca les permitió entrar en la ciudad. A partir de aquí, la historia del conflicto es muy debatida entre los académicos y es poco probable que los cronistas españoles presentaran un relato completamente imparcial de los acontecimientos. Se ha señalado que parece extraño que un gobernante tan poderoso como Motecuhzoma tuviera un papel tan pasivo en el relato de los hechos que nos ha llegado. Sin embargo, es ciertamente cierto que los españoles habían demostrado su destreza militar y la devastadora eficacia de su armamento superior (cañones, armas de fuego y ballestas) al derrotar rápidamente a una fuerza de otomíes-tlaxcaltecas y también tomaron rápidas y despiadadas represalias contra una traicionera conspiración de los cholultecas. Tal vez Motecuhzoma había tomado nota de esto y adoptó la política más prudente de apaciguamiento en lugar de enfrentarse al enemigo en el campo de batalla, al menos como estrategia inicial.
Cuando Cortés y Motecuhzoma por fin se conocieron en persona, las relaciones fueron inicialmente amistosas, el español fue invitado a visitar la ciudad y se intercambiaron más regalos: Cortés recibió un collar de cangrejos de oro y Motecuhzoma un collar de cristal veneciano ensartado en hilo de oro. Independientemente de lo que Motecuhzoma hubiera esperado conseguir mediante la diplomacia, sus planes se vieron frustrados en apenas dos semanas, cuando fue tomado como rehén y puesto bajo arresto domiciliario por la pequeña fuerza española. Motecuhzoma se vio obligado a declararse súbdito de Carlos I de España (y V de Alemania), a entregar más tesoros e incluso a permitir la colocación de un crucifijo en la cima de la Gran Pirámide, en el recinto sagrado de la ciudad.
Sin embargo, los planes de Cortés sufrieron un revés cuando se vio obligado a regresar a su base de Veracruz para enfrentarse a una facción española rival. En su ausencia, los españoles que quedaban interrumpieron imprudentemente una ceremonia religiosa que implicaba sacrificios humanos y estalló la lucha. Los guerreros aztecas, enfurecidos por la falta de acción decisiva, renunciaron a Motecuhzoma como líder y Cuitláhuac fue elegido nuevo tlatoani. Los españoles presionaron a Motecuhzoma para que pacificara a su pueblo, pero una roca le golpeó en la cabeza y lo mató.
Cortés regresó a la ciudad para aliviar el asedio de los españoles, pero se vio obligado a retirarse el 30 de junio de 1520, en lo que se conoció como la Noche Triste. Sin embargo, volvió nueve meses después, esta vez con sus aliados tlaxcaltecas y, tras un largo asedio, la ciudad cayó finalmente. Los aztecas, dirigidos por Cuauhtémoc y asolados por la falta de alimentos y las enfermedades, se derrumbaron finalmente el fatídico 13 de agosto de 1521. Tenochtitlan fue saqueada y sus monumentos destruidos. De sus cenizas surgió la nueva capital de la colonia de Nueva España y la larga cadena de civilizaciones mesoamericanas que se remontaba hasta los olmecas llegó a un final dramático y brutal.
Motecuhzoma en el arte
Motecuhzoma está representado en las Historias de las Indias por el dominico Diego Durán, donde aparece sentado mientras se esculpe una estatua suya. Sabemos de una estatua en particular en la que trabajaron 14 escultores en Chapultepec. El gobernante azteca también aparece en el trono de piedra conocido como la Piedra Teocalli donde aparece con un disco solar frente a Huitzilopochtli. También se atribuye a Motecuhzoma, aunque no hay pruebas concretas para ello, el magnífico tocado de plumas que ahora se conserva en el Museum für Völkerkunde de Viena. El tocado probablemente formaba parte de la colección de objetos entregados por Motecuhzoma a Cortés, quien transmitió los regalos a Carlos I. El tocado está hecho con 450 plumas verdes de quetzal, azules de cotinga y rosas de flamenco, y además está adornado con cuentas de oro y discos de jade.