Cicerón y la Conjuración de Catilina

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Donald L. Wasson
por , traducido por Rosa Baranda
Publicado el 03 febrero 2016
Disponible en otros idiomas: inglés, francés, alemán, portugués
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La República estaba a las puertas de la muerte. En unos pocos años, el "dictador vitalicio" Julio César sería asesinado y, como resultado, el gobierno se sumió en el caos. La consecuencia de una larga guerra civil trajo consigo el nacimiento de un imperio bajo la mirada vigilante del emperador; sin embargo, también sería testigo de la pérdida de muchas libertades personales, libertades que eran el orgullo de la gente y el resultado de una larga historia de sufrimiento y conflictos. Aun así, todo esto estaba todavía en el futuro: es el año 63 a.C. y la ciudad de Roma y la fundación de la República están en peligro. Por suerte, un hombre se alzaría en medio del desorden, al menos en su propia mente, para salvarla.

La crisis económica de Roma

El año 63 a.C. vio a Roma como una ciudad de casi un millón de residentes que gobernaba un imperio que abarcaba desde Hispania en occidente hasta Oriente Medio al este y desde Galia en el norte hasta los desiertos de África. Fuera de la ciudad eterna, en las provincias, las siguientes décadas traerían un refuerzo en las fronteras: Pompeyo luchaba contra el rey Mitrídates del Ponto en Oriente mientras Julio César luchaba con varias tribus en la Galia y Alemania en el norte, pero en casa, Roma se enfrentaba a una amenaza interna. Las dificultades en el hogar surgían de los problemas que se estaban desarrollando en las provincias orientales.

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Cicero Denounces Catiline
«Cicerón denuncia a Catilina» fresco de C. Maccari
Cesare Macari (Public Domain)

Una disminución importante en el comercio y la pérdida de los ingresos a través de impuestos supuso un aumento de la deuda entre muchos de los romanos más pudientes. El desempleo en la ciudad era elevado. El Senado romano se mantenía callado, incapaz o desinteresado en encontrar una solución. La gente quería un héroe, a saber, el siempre popular Pompeyo, que regresara y trajera la solución. Sin embargo, mientras tanto, había un descontento serio, o eso parecía, un descontento que llevó a una conjuración: una supuesta conjura que amenazó no solo las vidas de la gente que vivía dentro de la ciudad, sino a la ciudad misma.

Catilina contra Cicerón

En el centro de toda esta agitación había dos hombres: Lucio Sirgio Catilina y Marco Tulio Cicerón. Catilina era un aristócrata prácticamente arruinado, mientras Cicerón, su adversario más franco y público era un orador célebre y estadista, además de filósofo y poeta. Catilina provenía de una familia patricia distinguida: su bisabuelo había luchado contra Aníbal en la segunda guerra púnica, mientras que Cicerón provenía de una familia rica con tierras fuera de Roma, en Arpinum, una ciudad pequeña al sureste de la capital. Había tenido una carrera brillante en Derecho, donde pudo usar su célebre habilidad como orador. Se decía que la gente dejaba lo que estaba haciendo para escuchar a Cicerón.

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SE DECÍA QUE LA GENTE DEJABA LO QUE ESTABA HACIENDO PARA ESCUCHAR LA FAMOSA HABILIDAD DE CICERÓN COMO ORADOR.

Los dos hombres se enfrentaron después de que Cicerón descubriera un complot, concebido por Catilina, que pedía el asesinato de varios funcionarios electos y el incendio de la ciudad. El propósito de este supuesto asalto en la ciudad, o al menos así se supo después, sería la eliminación de la deuda para todos, ricos y pobres por igual (incluido Catilina). Hay quienes creen que el caos resultante también le permitiría a Catilina asumir el puesto de mando que tanto deseaba. El descubrimiento de la conspiración traería lo que la historiadora Mary Beard llama en su libro SPQR: A History of Ancient Rome (SPQR: una historia de la antigua Roma) un enfrentamiento entre "ideología y ambición". El descubrimiento de la supuesta conspiración sería la cima de la distinguida y larga carrera en la política de Cicerón. Algunos lo alabarían por ello, mientras que otros lo condenarían.

El oscuro pasado de Catilina

Al principio ambos hombres se empezaron a pegar durante la elección del consulado en 64 a.C. Catilina usó su propio dinero y el dinero de otros para ganar la elección, endeudándose aún más, para luego terminar quedando tercero. Por desgracia, perdió contra un "foráneo", Cicerón, y Cayo Antonio Híbrida. En realidad, la reputación de Híbrida era un poco mejor que la de Catilina. Muchos lo consideraban corrupto y una vez lo expulsaron del Senado y le quitaron el rango. Cicerón había usado sus habilidades superiores de oratoria para poner en tela de juicio el carácter de Catilina, lo que a este último le costó la elección. Incluso antes de exponer la conspiración, Cicerón había visto a Catilina como una amenaza para una ciudad en problemas. Aunque Cicerón creía tanto en "el gobierno de la ley y el mantenimiento de la constitución", Catilina se veía a sí mismo como el campeón de los pobres, los veteranos en bancarrota y los desfavorecidos.

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A ojos del espectador casual, Catilina parecía ser un buen candidato para el consulado: había servido en el ejército durante las guerras sociales (89-91 a.C.) con el padre de Pompeyo y había sido tanto pretor como gobernador. También contaba con el apoyo de Julio César, aunque este luego lo retiraría. Sin embargo, Catilina tenía un lado más oscuro. Aunque inexplicablemente lo habían absuelto de los cargos de extorsión mientras era gobernador en África, era presa de rumores serios sobre la misteriosa muerte de su mujer y su hijo. A pesar de las habladurías y las insinuaciones, consiguió el apoyo y la financiación de Marco Licino Craso para presentarse al consulado en 64 a.C., pero acabó perdiendo frente a Cicerón y Antonio Híbrida. Tras ganar la elección, Cicerón se aseguró de que su cocónsul Antonio, que era muy amigo de Catilina, interfiriera poco. Como presentarse a cualquier cargo electo era costoso, Cicerón le prometió a Antonio que, cuando acabara su mandato como cónsul, podría tener el lucrativo puesto de gobernador de Macedonia, donde podría recomponer sus finanzas; no pasaría mucho tiempo en Macedonia, ya que no tardaron en obligarlo a renunciar al puesto y exiliándolo. Cicerón asumió el cargo de cónsul el 1 de enero de 63 a.C.

La conjuración

Poco después de la elección y la derrota de Catilina, Cicerón empezó a oír rumores de una conjura: el plan para asesinar a varios funcionarios prominentes del gobierno (incluido Cicerón) y quemar la ciudad. La información, cuya veracidad fue cuestionada por muchos al principio, provenía de una mujer llamada Fulvia, la amante de Quinto Curio, un amigo de Catilina. Supuestamente, Curio estaba sumido en las deudas, lo que hizo que Fulvia se fuera en busca de otros pastos. Para evitar que le dejara, Curio dijo que sus problemas económicos se resolverían pronto y dejó escapar la información sobre el complot. Después lo convencerían para que lo contara todo. Fulvia acudió inmediatamente con la información a la mujer de Cicerón, Terencia, que se lo contó a su esposo. Sin embargo, no mucha gente lo creyó. El Senado diría que tenía pocas pruebas más allá de los rumores y que estaba exagerándolo todo. En su opinión, estaba "cultivando el miedo en el ambiente". A pesar de eso, Cicerón sí que lo creyó e incluso contrató a un guardaespaldas que demostraría ser una sabia decisión, porque el 7 de noviembre de 63 a.C. atentaron contra su vida. Por suerte para él, Fulvia le había avisado de un posible ataque.

Cicero
Busto de Cicerón
Mary Harrsch (Photographed at the Capitoline Museum) (CC BY-NC-SA)

Cartas justificativas

En torno a esta época varias cartas anónimas dirigidas a varios senadores romanos le llegaron a Craso; su carta le advertía que abandonara Roma. Craso, acompañado de dos senadores, acudió directamente a Cicerón. Le dijo que las cartas procedían de una fuente anónima, pero muchos creían que era un amigo de Cicerón y Catilina, Celio.

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Cicerón convocó al Senado el 20 de octubre y entregó las cartas a los distintos senadores a los que iban dirigidas. Cada carta contenía lo mismo: información sobre el complot e instrucciones para que abandonaran la ciudad. Mientras tanto, ejércitos armados de veteranos y pobres se estaban reuniendo al norte. En su defensa, Catilina compadeció frente al Senado el 8 de noviembre, obviamente negándolo todo y atacando verbalmente a Cicerón. No obstante, para apaciguar a sus acusadores se ofreció a cumplir un arresto domiciliario (incluso en casa de Cicerón) y dijo que lo estaban obligando a exiliarse sin juicio previo. Más tarde, tras llamar a la insurrección en toda la ciudad, escapó por la noche con 300 hombres, viajando a Fiesole en Etruria y uniéndose a un compañero conspirador, Cayo Manilio. Al enterarse de lo ocurrido, el Senado los declaró a ambos enemigos públicos.

Detención de los conspiradores

Una fuente inesperada proporcionó más información sobre la conjura que se estaba preparando fuera de la ciudad. Los alóbroges de la Galia se encontraban en la ciudad solicitando al Senado un alivio de los elevados impuestos que les estaban obligando a pagar. Varios conspiradores se enfrentaron a ellos, pidiéndoles que se unieran a sus planes instigando una revuelta en la Galia. Después de que los galos se marcharan de la ciudad, Cayo Pomptino los interceptó y los obligó a regresar y al final le contaron todo lo que sabían a Cicerón: nombre, lugares y planes. Por fin el Senado se convenció de la seriedad del complot; el arresto de los conspiradores que todavía seguían en Roma no tardó en llegar. En casa de uno de los conspiradores, Cayo Cornelio Cetego, se encontraron varias armas, incluidas lanzas, cuchillos y espadas. El 5 de diciembre, el Senado se reunió en el templo de la diosa de la Armonía y la Concordia para discutir el castigo de los cinco conspiradores bajo custodia.

Julio César, amigo de Catilina y que en cierto momento también había sido acusado de ser uno de los conspiradores, se opuso a la sugerencia de Cicerón de la ejecución inmediata; es decir, sin juicio previo. Incluso el cónsul electo Junio Silano apoyaba la ejecución. Cicerón hizo escribir las actas en notas para poder defender su posición ante el público que se reunía fuera, en el Foro. César sugirió que había que encarcelar a los conspiradores hasta que se pudiera celebrar un juicio. Como no había prisiones romanas, los castigos comunes eran las multas, el exilio o la muerte. Declaró que, aunque él personalmente no simpatizaba con los conspiradores, el Senado en sí no debía actuar sin pensar. El historiador Suetonio escribió en sus Vidas de los doce césares,

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Cuando se destapó la conjuración de Catilina, la Casa entera, a excepción de César, el pretor electo, demandó la pena de muerte para Catilina y sus compinches. César propuso meramente que los encarcelaran, cada uno en una ciudad diferente, y que les confiscaran sus posesiones.

El Senado lo escuchó y estaba a punto de acceder cuando Marco Porcio Catón, Catón el Joven, se levantó para hablar. No sentía simpatía alguna por César y era miembro de los optimates, un contingente conservador fuerte dentro del Senado. En un discurso apasionado e impaciente, le dio la razón a Cicerón: la ejecución era la única opción. En Senado estuvo de acuerdo; ejecutarían a los hombres sin previo juicio. A pesar de que el juicio era la costumbre y era lo que dictaba la ley, Cicerón usó sus poderes de urgencia para respaldar la decisión y prescindir del juicio. Llevaron a los cinco hombres al Tuliano, un antiguo edificio del Foro que en algún tiempo había servido de cisterna. Los acinaron en una habitación pequeña, sucia y apestosa donde el verdugo los estranguló con una soga. Dirigiéndose a la multitud en el exterior, Cicerón, al que ahora aclamaban como pater patriae que significa “padre de la patria,” exclamó, Vixere! o “¡Han vivido!” No obstante, las alabanzas no durarían. Mucha gente empezó a cuestionar el uso descarado de los poderes ejecutivos, una decisión que claramente violaba el derecho del individuo a un juicio justo.

Las secuelas

Todos los planes de Catilina habían fracasado. Él y su ejército intentaron escapar a través de los Apeninos, pero fueron interceptados. De las 20.000 tropas con las que supuestamente contaba, tres cuartos habían desertado. Fue derrotado y matado. La conjuración tocó a su fin. Aunque tuvo éxito como cónsul, escritor y poeta, Cicerón siempre consideró que su lucha contra Catilina había sido su mayor logro. En un discurso muy citado impartido varias semanas antes, el 8 de noviembre de 63 a.C. (el día después de su intento de asesinato) Cicerón expresó su desdén hacia Catilina, Quo usque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?, que se traduce como “¿Cuánto tiempo vas a seguir abusando de nuestra paciencia, Catilina?"

Casi dos décadas más tarde, cuando la ciudad y la República estaba sumidas en otra guerra civil, la vida de Cicerón volvió a correr peligro, y esta vez acabaría muerto. Por desgracia, se había hecho enemigo de Marco Antonio, el comandante romano y estrecho amigo de César. En un ensayo titulado "Ataque a un enemigo de la libertad" que escribió, en el que hablaba de cómo había expuesto la conjuración de Catilina, dijo,

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Cuando era joven defendí nuestro estado: en la vejez no lo voy a abandonar. Después de haber rechazado las espadas de Catilina, no me dejaré intimidar por las tuyas [hablándole a Marco Antonio]. Al contrario, ofrecería con mucho gusto mi cuerpo si mi muerte pudiera redimir la libertad de nuestra nación, si pudiera hacer que el pueblo de Roma que tanto ha sufrido pudiera encontrar paz por fin.

Incluso en la vejez Cicerón siguió siendo un defensor a ultranza de la República y sus ideales. Por desgracia, al hacer un enemigo de Antonio, su destino quedó sellado. El 7 de diciembre de 43 a.C. fue capturado, asesinado y decapitado.

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Bibliografía

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Sobre el traductor

Rosa Baranda
Traductora de inglés y francés a español. Muy interesada en la historia, especialmente en la antigua Grecia y Egipto. Actualmente trabaja escribiendo subtítulos para clases en línea y traduciendo textos de historia y filosofía, entre otras cosas.

Sobre el autor

Donald L. Wasson
Donald impartió clases de Historia de la Antigüedad, de la Edad Media y de los Estados Unidos, en el Lincoln College (Normal, Illinois) y desde que comenzó a estudiar sobre Alejandro Magno, siempre ha sido y será un estudiante de historia. Le ilusióna transmitir conocimientos a sus alumnos.

Cita este trabajo

Estilo APA

Wasson, D. L. (2016, febrero 03). Cicerón y la Conjuración de Catilina [Cicero & the Catiline Conspiracy]. (R. Baranda, Traductor). World History Encyclopedia. Recuperado de https://www.worldhistory.org/trans/es/2-861/ciceron-y-la-conjuracion-de-catilina/

Estilo Chicago

Wasson, Donald L.. "Cicerón y la Conjuración de Catilina." Traducido por Rosa Baranda. World History Encyclopedia. Última modificación febrero 03, 2016. https://www.worldhistory.org/trans/es/2-861/ciceron-y-la-conjuracion-de-catilina/.

Estilo MLA

Wasson, Donald L.. "Cicerón y la Conjuración de Catilina." Traducido por Rosa Baranda. World History Encyclopedia. World History Encyclopedia, 03 feb 2016. Web. 05 dic 2024.

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