La batalla de Manzikert (Mantzikert), librada en Armenia en agosto del año 1071, fue una de las derrotas más calamitosas del Imperio bizantino. El victorioso ejército selyúcida capturó al emperador bizantino Romano IV Diógenes y, con un imperio sumido en el caos mientras sus generales se disputaban el trono, nada pudo impedir que los turcos se apoderasen de toda Asia Menor. Manzikert no fue una derrota terrible en términos de bajas o pérdidas territoriales inmediatas, pero sí que fue un revés psicológico para la destreza militar bizantina y la sagrada figura del emperador. Como tal, sus consecuencias resonarían durante siglos y se la consideraría como el punto de inflexión tras el que el Imperio bizantino se sumió en un declive largo, lento y permanente.
El mismo Romano IV Diógenes (r. 1068-1071) había sido un general, y heredó un ejército bizantino que renqueaba, con armas inadecuadas y una dependencia excesiva en mercenarios en los que no se podía confiar y en reclutas indisciplinados. Bajo su predecesor, Constantino X Ducas (r. 1059-1067), se expandió deliberadamente la administración pública, se emprendió la renovación de Constantinopla mediante el uso de numerosos recursos y se dejó al ejército en un estado de negligencia total. Peor incluso, el Imperio se había extendido demasiado, lo cual significaba dificultades a la hora de defender tantas fronteras. En Asia Menor, los selyúcidas resultaron ser particularmente problemáticos: esta tribu nómada de la estepa asiática, de origen turco, asaltaba repetidamente puestos avanzados bizantinos; entre estos ataques, se produjeron los saqueos de Melitene en 1058 y Cesárea en 1067. Esto obligó al emperador a reforzar las fortalezas alrededor del lago Van, en Armenia y Asia Central, para proteger la región. El emperador bizantino también acaudilló campañas victoriosas en esta zona en 1070, y otra en marzo de 1071; tras esta última, decidió embercarse en una ofensiva monumental en Armenia, y en cualquier lugar, para poder deshacerse de los selyúcidas de una vez por todas.
El líder selyúcida del momento era Alp Arslan (r. 1063-1073). Este sultán contaba con un ejército de jinetes sumamente hábiles y ágiles, además de todo un imperio que recorría Irán, Iraq y la mayoría de Oriente Próximo. El ejército de Romano era grande: según algunas fuentes, se contaba en 300.000 hombres, pero los historiadores modernos se inclinan por una cifra de entre 60 y 70.000 tropas; aun así, seguía siendo un número que duplicaba al de los selyúcidas. Independientemente de su tamaño, un hecho irrefutable era que el contingente bizantino estaba compuesto por una caterva de reclutas y mercenarios que incluía a pechenegos y uzos de la estepa euroasiática, e incluso un destacamento de normandos comandados por Roussel de Bailleul. Este último personaje fue un aventurero infame y su lealtad fue cuestionable en bastantes ocasiones; su único objetivo, en realidad, era el de crear su propio reino en aquellas tierras.
Antecedentes de la batalla
Fuera lo que fuese, Romano acabó con solo la mitad del ejército con el que había comenzado la campaña.
Al llegar a Armenia en agosto de 1071, Romanos dividió sus fuerzas en dos: una mitad se envió al norte del lago Van bajo el mando del general José Tarcaniota, mientras que la otra, liderada por el propio emperador y su general Nicéforo Brienio, se dirigió hacia la pequeña fortaleza de Manzikert, que fue conquistada sin mayores dificultades. No obstante, se desconoce lo que le sucedió a Tarcaniota. Las fuentes bizantinas, extrañamente, no dicen nada, mientras que las musulmanas relatan la victoria de Arslan. Resulta poco probable que le infligieran una derrota aplastante teniendo en cuenta las cifras de sus fuerzas, además de que era un general curtido. Es posible que Tarcaniota abandonase la causa, quizás por la lealtad a un pretendiente al trono bizantino, quizás incluso porque tenía sus propias ambiciones imperiales. Fuera lo que fuese, Romano acabó con solo la mitad del ejército con el que había comenzado la campaña.
Ambos líderes y sus ejércitos se encontraron el 25 de agosto cerca de Manzikert, a lo cual siguió una escaramuza en la que los arqueros selyúcidas hostigaron a los bizantinos; Nicéforo Brienio recibió tres heridas, aunque todas fueron superficiales. Casi inmediatamente después de que comenzase el combate real, los normandos dieron media vuelta y huyeron, y algunos de los mercenarios uzos cambiaron de bando; no obstante, los enfrentamientos esporádicos continuaron hasta el segundo día de la batalla. El líder selyúcida, con sus propias dificultades para pagar a sus soldados y mucho más interesado, de todas formas, en Siria, envió una delegación, ofreciendo una tregua. Romano la rechazó.
Romano situó a su ejército de manera que pudiese realizar un asalto total y decisivo con varias líneas de infantería, la caballería en los flancos y el mismo ubicado en el centro. El historiador bizantino del siglo XI, Miguel Pselo, critica a Romanos en su propia biografía sobre el emperador por ataviarse con la armadura de un soldado raso y enfrentarse al enemigo a espadazos, sin consideración hacia su persona y sin sentido de la responsabilidad como comandante en jefe. Mientras tanto, Arslan, más circunspecto, retiraba constantemente a sus tropas en una formación de media luna, permitiendo así a los bizantinos avanzar mientras se exponían cada vez más a los arqueros selyúcidas a caballo que disparaban contra los flancos enemigos. Cuando la luz comenzó a desvanecerse al fin del día, Romano ordenó a sus tropas que volviesen a su campamento.
Entonces, llegó el desastre; los selyúcidas se abalanzaron contra la caballería bizantina que se batía en retirada. En el caos, cundió el pánico en un gran número de tropas bizantinas cuando pensaron que el emperador había caído. El rumor corrió gracias a uno de los rivales de Romano, Andrónico Ducas, y la consecuencia del mismo fue el colapso desordenado de las líneas bizantinas, la separación de la retaguardia del cuerpo principal del ejército bizantino y el consecuente acorralamiento por parte de los arqueros a caballo selyúcidas. El enemigo ejercía una monumental presión en el centro y consiguió derrotar al flanco izquierdo del ejército bizantino, que había intentado acudir en ayuda de Romano. La derrota fue total, y Romano, cuyo caballo había muerto debajo de él y con su mano de la espada herida, fue capturado. Un testigo de la batalla, Miguel Ataliates, aporta esta descripción tan vívida de la debacle:
Fue como un terremoto: los gritos, el sudor, las raudas ráfagas de miedo, las nubes de polvo, y no menos importante, las hordas de turcos que galopaban en torno a nosotros. Fue un espectáculo trágico, más allá de cualquier duelo o lamentación. Efectivamente, ¿qué podría ser más patético que ver a todo el ejército imperial huyendo, al emperador despojado de protección, al Estado romano desplomado, y saber que el mismísimo Imperio está al borde del colapso? (En Norwich, 240)
Captura de Romano
Según Miguel Pselos, Alp Arslan no trató mal de ninguna manera al emperador cautivo, y además lo liberó de sus cadenas cuando fue identificado. Después de un beso sumiso al suelo ante los pies de Arslan, que luego puso simbólicamente su bota sobre el cuello del emperador, Romano estuvo bien alimentado durante una semana e incluso se le permitió escoger a cualquiera de sus compañeros prisioneros para que se les liberase. El Skylitzes Matritensis, del siglo XI, también relata los momentos de la captura del emperador, incluyendo el famoso episodio en el que Arslan preguntó a Romano qué habría hecho si hubiese sido todo al revés. Se dice que Romano respondió que “te habría dado latigazos hasta morir”, a lo que replicó Alp Arslan: “No os imitaré. Me han contado que vuestro Cristo enseña a ser gentil y a perdonar las malas acciones. Resiste el orgullo y da gracia a los humildes” (citado en Pselo, 358). Nada peor que ser capturado y aleccionado.
Sin embargo, Arslan, fiel a su palabra, liberó a Romano, aunque solo después de que prometiese pagarle personalmente un rescate y que accediese, por un lado a cederle Armenia, así como las ciudades principales de Edesa, Hierápolis y Antioquía, y por otro a hacer la oferta de casar a una de sus hijas con un hijo del líder selyúcida. También estaba la cuestión del tributo: primero, un pago único de un millón y medio de monedas de oro, al que le seguiría un cuantioso tributo anual de 360.000 monedas de oro.
Desafortunadamente para Romano, la alegría de su liberación fue breve ya que fue depuesto y cegado al llegar a Constantinopla, mientras que un general rival, Miguel VII Ducas (r. 1071-1078), se apoderaba del trono. Aunque las pérdidas materiales del ejército bizantino en Manzikert no fueron enormes, sí que hubo dos consecuencias duraderas: una fue el revés moral de haber perdido, aunque sólo por poco tiempo, a su propio emperador; la otra fue más práctica y significativa. Con la reputación de Romano mancillada por la catástrofe, se produjo una desenfrenada carrera entre los numerosos comandantes estacionados en las provincias de Asia Menor hacia Constantinopla para reclamar el trono para sí mismos. La guerra civil que se desencadenó después y la falta del apoyo total del ejército a Miguel VII debilitó gravemente la capacidad del imperio de defenderse contra los selyúcidas a largo plazo. Por ende, Arslan y sus sucesores siguieron saqueando Asia Menor a su antojo; establecieron el sultanato de Rum con su capital en Nicea alrededor del año 1078 e incluso tomaron Jerusalén en 1087.
1071 fue un año desastroso para el Imperio bizantino de más de una manera, además de Manzikert: Bari cayó ante el rey normando Roberto Guiscardo, desvaneciéndose así por completo el control bizantino en Italia meridional. El reinado de Miguel VII no hallaría más éxitos que el de su predecesor, y dentro del Imperio, la alzada de los precios y la inestabilidad política desembocaron en varias rebeliones militares que acabarían deponiendo al emperador. Hasta el reinado de Alejo I Comneno a partir de 1081, él mismo un veterano de la fatídica batalla de Manzikert, los bizantinos no recuperarían el equilibrio ni el imperio vería su antigua gloria restaurada.
Estudiante en la Universidad de Oviedo por Lenguas Modernas, apasionado de los idiomas y la Historia e iniciándose en el mundo de la traducción. Su gato, Maviş, es su secretario personal.
Mark es un autor, investigador, historiador y editor de tiempo completo. Se interesa, en especial, por el arte y la arquitectura, así como por descubrir las ideas compartidas por todas las civilizaciones. Tiene una maestría en filosofía política y es el director de publicaciones de World History Encyclopedia.
Cartwright, M. (2018, febrero 06). Batalla de Manzikert [Battle of Manzikert].
(S. V. Muñoz, Traductor). World History Encyclopedia. Recuperado de https://www.worldhistory.org/trans/es/2-1189/batalla-de-manzikert/
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Cartwright, Mark. "Batalla de Manzikert."
Traducido por Sergio Vigil Muñoz. World History Encyclopedia. Última modificación febrero 06, 2018.
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Cartwright, Mark. "Batalla de Manzikert."
Traducido por Sergio Vigil Muñoz. World History Encyclopedia. World History Encyclopedia, 06 feb 2018. Web. 06 dic 2024.
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Escrito por Mark Cartwright, publicado el 06 febrero 2018. El titular de los derechos de autor publicó este contenido bajo la siguiente licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike. Por favor, ten en cuenta que el contenido vinculado con esta página puede tener términos de licencia diferentes.