Ur fue una ciudad de la región de Sumeria, al sur de Mesopotamia, y sus ruinas yacen hoy en día en Tell el-Muqayyar, Irak. Según la tradición bíblica, la ciudad recibió el nombre en honor al hombre que fundó el primer asentamiento, Ur, aunque es un dato debatido. La ciudad des famosa por sus asociaciones bíblicas y por ser un antiguo centro de comercio.
El otro lazo bíblico de la ciudad es con Abraham, el patriarca, que se marchó de Ur para asentarse en la tierra de Canaán. Los eruditos han cuestionado esta afirmación porque creen que el hogar de Abraham estaba más al norte de Mesopotamia, en un lugar llamado Ura, cerca de la ciudad de Harran, y que los escritores de la narrativa bíblica en el Libro del Génesis confundieron ambos lugares.
Independientemente de las conexiones que pudiera tener, Ur era una ciudad portuaria importante del Golfo Pérsico que muy probablemente empezó como una pequeña villa en el Período El Obaid de la historia de Mesopotamia (5000-4100 a.C.) y para 3800 a.C. ya era una ciudad estable que estuvo habitada continuamente hasta 450 a.C. Las asociaciones bíblicas de Ur la han hecho célebre en la edad moderna, pero mucho antes de que se escribieran las narraciones bíblicas ya era un centro urbano importante y un lugar muy respetado en su época.
El período temprano y las excavaciones
El lugar se hizo famoso en 1922 cuando sir Leonard Wooley excavó las ruinas y descubrió lo que llamaría la Gran fosa de la muerte, un elaborado complejo mortuorio, las tumbas reales, y más importante para él, afirmó que había encontrado pruebas del gran diluvio descrito en el Génesis (esta afirmación fue desmentida posteriormente, aunque sigue encontrando partidarios). En su época, Ur era una ciudad enorme, de gran opulencia e influencia, que extraía sus vastas riquezas de su posición en el Golfo Pérsico y del comercio que le permitía con países tan lejanos como India. El emplazamiento actual de las ruinas de Ur se halla mucho más en el interior que lo que estaba en su época de auge debido a la sedimentación de los ríos Tigris y Éufrates.
Ya desde el principio Ur fue un centro de comercio importante gracias a su ubicación en un lugar crucial donde el Tigris y el Éufrates desembocaban en el Golfo Pérsico. Las excavaciones arqueológicas han sustanciado las suposiciones de que, en un principio, Ur poseía una gran riqueza y sus ciudadanos disfrutaban de una comodidad desconocida en otras ciudades mesopotámicas.
Al igual que con otros grandes complejos urbanos de la región, la ciudad había empezado como una pequeña villa que muy probablemente estaba dirigida por un sacerdote o sacerdote-rey. El rey de la primera dinastía, Mesannepadda, solo se conoce por la lista de reyes sumeria y por las inscripciones de artefactos encontrados en las tumbas de Ur.
De la segunda dinastía se sabe que tuvo cuatro reyes, pero no se sabe nada de ellos, de sus logros o de la historia de su época. Los primeros escritores mesopotámicos no consideraron que mereciera la pena documentar los logros de los mortales y en vez de ello prefirieron relacionar los logros humanos con el esfuerzo y la voluntad de los dioses. Los reyes héroes de la Antigüedad, tales como Gilgamesh de Uruk, o aquellos que realizaron hazañas asombrosas, como Etana, eran dignos de tal documentación, pero los detalles de los reinados de meros mortales no merecían tal preocupación.
Los reyes heroicos de Acadia
Esto cambiaría con Sargón de Acadia (que reinó de 2334-2279 a.C.) y su Imperio acadio, que gobernó las diversas regiones de Mesopotamia entre 2334-2083 a.C. Sargón el Grande decía haber nacido de una sacerdotisa y de un dios y haber flotado sobre el río en una cesta de juncos hasta que lo encontró el sirviente del rey de la ciudad de Lagash, donde surgiría del anonimato, gracias a la voluntad de la diosa Inanna, para gobernar toda Mesopotamia. Las inscripciones que dejó instan a quienes vengan después a realizar las hazañas que realizó él si quieren llegar a llamarse reyes y su vida mereció el esfuerzo de los escribas de la región durante siglos después de muerto.
Su nieto, Naram-Sin (que reinó de 2261-2224 a.C.), que aprendió bien las lecciones de la importancia de la propaganda personal, afirmó que había llegado más lejos que su abuelo y se hizo deificar durante su reinado. Al hacerlo, creó un modelo para los reyes que vendrían después. Sargón el Grande y Naram-Sin fueron los gobernantes más poderosos del Imperio acadio y, una vez hubo caído, sus nombres se convirtieron en leyendas y sus logros algo a lo que aspirar.
En Ur, fueron los reyes de la tercera dinastía los que imitarían más fielmente a los héroes de Acadia. Este período de la historia de Sumeria se conoce como el Período III de Ur (2047-1750 a.C.) y fue la época en la que la ciudad alcanzaría su máximo apogeo. El gran zigurat de Ur, que todavía se puede visitar hoy en día, data de este período, al igual que gran parte de las ruinas de la ciudad y las tablillas de cuneiforme descubiertas en el lugar.
Dos de los reyes más grandes de la tercera dinastía fueron Ur-Nammu (que reinó de 2047-2030 a.C.) y su hijo Shulgi de Ur (que reinó de 2029-1982 a.C.) que creó una comunidad urbana dedicada al progreso cultural y la excelencia y, al hacerlo, dio lugar a lo que se conoce como Renacimiento sumerio.
Ur-Nammu y Shulgi: el Renacimiento sumerio
Ur-Nammu escribió el primer sistema legal codificado del país, el Código de Ur-Nammu, unos trescientos años antes de que Hammurabi de Babilonia escribiera el suyo, y gobernó su reino siguiendo una jerarquía patriarcal por la cual él era el padre que guiaba a sus hijos hacia la prosperidad y la salud. Fue con Ur-Nammu con quien se construyó el gran zigurat y el comerció floreció. Fue con este rey cuando Ur alentó el arte y la tecnología por las que son más conocidos los sumerios.
El erudito Paul Kriwaczek apunta que, para que tal sistema de gobierno patriarcal funcionara, los súbditos tenían que creer que su gobernante era mejor y más poderoso que ellos mismos, igual que los niños ven a sus padres. Parece que, para lograr este fin, Ur-Nammu se presentó antes sus súbditos siguiendo el ejemplo de los reyes héroes Sargón y Naram-Sin de manera que el pueblo lo siguiera en su búsqueda de la excelencia. Murió en batalla a manos de los gutios y fue inmortalizado en el poema La muerte de Ur-Nammu, que lo imagina en el reino del inframundo de Ereshkigal, reina de los muertos.
Su hijo Shulgi, en un intento de sobrepasar los logros de su padre, fue aún más allá. Un ejemplo de esto es su famosa carrera, cuando, para impresionar a su pueblo y distinguirse de su padre, Shulgi corrió 321,8 kilómetros (200 millas) del centro religioso de Nippur a la capital de Ur y vuelta, en un solo día, para poder oficiar los festivales de ambas ciudades. Este logro se celebra en Un poema de alabanza a Shulgi, que se leyó por todo el reino. Shulgi continuó con las políticas de su padre, mejorándolas cuando le pareció apropiado, y está considerado como el mejor rey de la tercera dinastía de Ur por las cotas a las que llegó la civilización bajo su reinado, incluido priorizar la alfabetización.
Shulgi mejoró los caminos, creó posadas con jardines y agua corriente y encargó la renovación y reconstrucción de muchas estructuras por todos sus territorios. Entre sus muchos proyectos de construcción estaba una muralla que recorría 250 kilómetros (155 millas) a lo largo de la frontera de la región de Sumeria para mantener fuera a las tribus bárbaras conocidas como Martu (o también Tidnum), que para los lectores modernos son más reconocibles por la designación bíblica de amorreos. El hijo, el nieto y el bisnieto de Shulgi mantendrían esta muralla, pero no pudo mantener a las tribus más allá de las fronteras.
La muralla era demasiado larga como para estar bien vigilada y, como no tenía protección en ninguno de los dos extremos, los invasores podían evitar este obstáculo con solamente rodearlo. En 1750 a.C. el reino vecino de Elam traspasó la muralla, saqueó Ur y se llevó al último rey como prisionero. Los amorreos, que ya habían encontrado la manera de rodear la muralla, se mezclaron con la población sumeria y, de esta manera, la cultura sumeria llegó a su fin con la caída de Ur.
La decadencia de Ur y las excavaciones
En el periodo paleobabilónico (en torno a 2000-1600 a.C.) Ur siguió siendo una ciudad importante y estaba considerada como un centro de cultura y aprendizaje. Según la experta Gwendolyn Leick, "los 'herederos' de Ur, los reyes de Isin y Larsa, querían mostrar sus respetos a los dioses de Ur reparando los templos derruidos" (180) y los reyes casitas, que conquistaron después la región, hicieron lo mismo, al igual que los gobernantes asirios después de ellos.
La ciudad siguió estando habitada durante la primera parte del período aqueménida (en torno a 550-330 a.C.), pero, a causa del cambio climático y de la sobreexplotación de la tierra, más y más gente fue emigrando a las regiones septentrionales de Mesopotamia o al sur hacia la tierra de Canaán (entre ellos, como ya se ha dicho, supuestamente el patriarca Abraham). Ur fue perdiendo importancia poco a poco a medida que el Golfo Pérsico retrocedía más y más al sur de la ciudad hasta que al final acabó en ruinas en torno a 450 a.C.
El área quedó enterrada bajo la arena hasta que la volvió a visitar Pietro della Valle en 1625, que notó unas inscripciones extrañas en los ladrillos (que más adelante se identificaría como cuneiforme) y unas imágenes en artefactos que más tarde se reconocieron como sellos cilíndricos usados para identificar las propiedades o firmar las cartas. En 1853 -1854 John George Taylor llevó a cabo la primera excavación del lugar en interés del Museo Británico y observó varios complejos de tumbas, lo que le llevó a concluir que el lugar podía haber sido una necrópolis babilónica.
La excavación definitiva de las ruinas de Ur fue realizada por sir Leonard Wooley entre 1922 y 1934, que trabajaba para el Museo Británico y la Universidad de Pennsylvania. Howard Carter había descubierto la famosa tumba de Tutankamón en noviembre de 1922 y Wooley esperaba encontrar algo igual de impresionante. En Ur descubrió las tumbas de dieciséis reyes y reinas, incluida la de la reina Puabi (también conocida como Sub-ab) y sus tesoros.
La Gran fosa de la muerte, tal y como la nombró Wooley, era la más grande de las necrópolis descubiertas y en ella "Wooley encontró seis guerreros armados y 68 sirvientas. Llevaban lazos de oro y plata en el cabello, excepto una mujer que todavía sujetaba en la mano el lazo de plata enrollado que no había tenido tiempo de ponerse antes de que la poción somnífera actuara y se la llevara de forma indolora al otro mundo junto con su señor" (Bertman, 36).
Wooley también descubrió el Estandarte real de Ur que celebraba el triunfo de la ciudad sobre sus enemigos en la guerra y las festividades de las que la gente disfrutó en paz. En un esfuerzo por superar el triunfo de Carter con el descubrimiento de la tumba de Tutankamón, Wooley dijo haber encontrado pruebas en Ur del gran diluvio bíblico, pero las notas tomadas por su asistente, Max Mallowan, después demostraron que la documentación de una inundación en el lugar no respaldaba de manera alguna un diluvio universal y en realidad concordaba más con una inundación común causada por los ríos Tigris y Éufrates.
Otras excavaciones en Ur desde la época de Wooley han corroborado las notas de Mallowan y, a pesar de la creencia persistente de lo contrario, no se ha encontrado ningún indicio que respalde la historia bíblica del gran diluvio, ni en Ur ni en ningún sitio de Mesopotamia. Aun así, el experto Stephen Bertman comenta:
Incluso descartando las afirmaciones bíblicas, el Ur de Wooley sigue siendo un ejemplo resplandeciente de la época dorada de Sumeria. Aunque sus liras originales hayan caído en el silencio, todavía podemos intuir sus melodías. (36)
Hoy en día, las ruinas de Ur son un emplazamiento arqueológico importante que sigue aportando artefactos significativos siempre y cuando lo permiten los problemas de la región. El gran zigurat de Ur se alza en las llanuras sobre las ruinas de ladrillo de barro de la otrora gran ciudad y, tal y como sugiere Bertman, al caminar por ellas se puede revivir el pasado de Ur cuando era un gran centro de comercio, protegido por los dioses y rodeado de campos fértiles.